El petardo
El martes por la noche jugaron sus partidos de vuelta de la Champions League el Villarreal C.F y el Real Madrid. El caso es que antes de que la épica volviera a aflorar en el Allianz Arena y el Santiago Bernabeu, la cosa pintaba bastante mal para los dos equipos españoles. El Chelsea y el Bayern dominaban con rotundidad. El motivo por el que escribo este artículo es porque, en un momento dado, un vecino del barrio salió al balcón a lanzar petardos y festejar que pintaban bastos para merengues y grogets. Un castellonense, un españolito de a pie, movido por un pésimo mal gusto y un peor entendimiento de lo que supone apoyar a su equipo, festejó entre gritos la previsible derrota ajena. Imagino que el tipet en cuestión es antimadridista o antivillarrealero, si me permiten el palabro. Algo que no logro entender. Personalmente me alegro con los triunfos del C.D Castellón. Y con los de Villarreal C.F. Y con los del Benicàssim. Y con los de todos los equipos de mi provincia. Y cuando juegan en Europa, me alegro con los triunfos del F.C Barcelona y del Atlético de Madrid. Del Betis y de la Real Sociedad. De todos los equipos españoles. Es evidente que siempre quiero que gane mi equipo, pero, si quienes lucen mis colores no se juegan nada, si están en otra competición, en otra liga o en otra movida… En ese caso, ¿por qué me van a alegrar los males ajenos, los males de otros conjuntos nacionales? Esta reflexión futbolera sirve para otros muchos temas de la vida. La política, la religión, la empresa, la música… Demasiada gente se alegra más por los males ajenos que por los éxitos propios. ¡Qué pena!