Allá por 2015 le comenté a un destacado líder socialista castellonense que Sánchez me gustaba. Su respuesta fue que a él no le gustaba nada. ¡Madre mía, cómo ha cambiado todo! Pasados los años, yo desprecio el sanchismo y él lo defiende a capa y espada. Las opiniones cambian, y los intereses particulares mandan. Muchos socialistas, locales, comarcales, provinciales y regionales han abandonado su ideología socialdemócrata y se han vuelto sanchistas. ¿Por qué? Porque su sueldo va en ello, naturalmente. Cuando Sánchez pierda las elecciones y caiga en desgracia, esos mismos políticos renegarán del sanchismo. Dirán que jamás lo apoyaron y se quedarán tan panchos.

Respecto al PP, ha pasado algo similar. Destacados líderes populares criticaban a Feijóo hace solo unos meses, antes de que el gallego fuera elegido líder supremo de los conservadores. Imaginen, queridos lectores, mi cara de asombro cuando uno de ellos afirmó en público hace unos días que siempre había creído y apostado por él para comandar la nave pepera. No hay vergüenza en la casta política.

¿Y qué me dicen de los nacionalistas? Durante muchos años, en petit comité, dirigentes del antiguo Bloc, de distinto pelaje y condición, pusieron a parir a Oltra en privado, mientras en público le hacían la rosca. Su sueldo iba en ello, claro. Y cuando vinieron mal dadas para la lideresa excomunista corrieron a posicionarse de cara a los cambios que estaban por venir.

Respecto a Podemos, las cosas no han sido así. Hay que reconocerles una gran coherencia. Se odian entre sí y andan a machetazo limpio desde el minuto uno. Ahí no hay trampa ni cartón. Bolcheviques y mencheviques, nada nuevo bajo el sol.

Todo esto dice muchas cosas, y todas malas, de nuestra casta política.