Prometer hasta meter
Prometer hasta meter, y después de haber metido… Nada de lo prometido.
Este dicho tan castizo (y para las mentes más sensibles tan soez) forma parte del refranero patrio, esa fuente inagotable de sabiduría que es la cultura popular, y durante los próximos meses vamos a verlo repetido hasta la náusea.
Los políticos, todos ellos, aunque unos más que otros, como siempre, van a prometernos la deslumbrante Las Vegas, pero tal y como hizo Homer Simpson con unos pobres nativos de quién sabe qué recóndito lugar del quinto comino, solo nos acabarán dando la decadente Atlantic City.
Nos prometerán el cielo, el amor eterno, la fortuna que siempre quisimos. Y una vez hayamos metido la papeleta en la urna, se olvidarán de lo prometido.
Ya lo dijo Horacio: Muchas promesas disminuyen la confianza.
Ya lo dijo Quevedo: Nadie ofrece tanto como el que no va a cumplir.
Ya lo dijo La Rochefoucauld: Prometen según nuestras esperanzas, pero cumplen según nuestros miedos.
¿Quieren un buen consejo? No se fíen de quien lleva media vida sin cumplir la palabra dada y, cuando llegan las elecciones, la vuelve a dar con la desvergüenza de quien olvida sus propias mentiras sin ruborizarse ni un ápice.
Todos sabemos cómo está el percal, hablando mal y pronto. Todos somos conscientes de que pintan bastos en la economía europea en general y española en particular. No es momento de andarse con zarandajas. Es momento de meditar bien a quién queremos al frente del Gobierno durante los próximos cuatro años. No me atreveré a aconsejarles nada, ni en un sentido ni en otro. Sí les diré que quien quiera mi voto va a tener que sudar a mares para conseguirlo.